La raza guaraní, tan valiente y aguerrida y a la vez tan romántica y soñadora, tiene infinidades de leyendas que nos están diciendo la sensibilidad y pureza de sentimientos, que adornan a este pueblo de valientes.
El cuervo, el "iruvú", era un paisano correntino comilón de carne, que un día de miseria salió de su casa en busca de alimentos. Anduvo y anduvo hasta que encontró una osamenta.Como tenia mucho apetito probo la presa y le gusto. Comió hasta hartarse. Aplaco su glotonería con la carne pútrida y se tendió, luego, a dormir tranquilamente sobre el pastizal, sin importarle el olor ni las moscas y otros insectos que merodeaban el lugar. Cuando el paisano despertó ya no era el mismo. Su cuerpo estaba lleno de plumas negras, su boca era un largo pico, sus piernas tenían púas y filosisimas uñas. Tupá (dios de los guaraníes), que había observado con disgusto y asco su terrible banquete con la osamenta, lo ato para siempre a ella. Por eso dice el vulgo: "cuando uno sale de su casa y tarda mucho en regresar: hizo como el cuervo, encontró una osamenta y se quedo". Otro dicho muy conocido entre los cazadores del litoral: "No hay que dispararle al cuervo con la escopeta porque su caño se humedece para siempre".
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