HITORIA DE AMOR

Juan Torres de Vera y Aragón y Juana Ortiz de Zárate

El cuarto y penúltimo Adelantado del Río de la Plata fue don Juan Ortiz de Zárate. Su llegada a las tierras de los guaraníes, la ciudad principal de la gobernación, estuvo plagada de matices.

Antes de que recibiera el adelantazgo, don Juan vivía en Lima junto a Leonor Yupanqui, de la más pura nobleza Inca. El motivo por el cual no se casó, pero obtuvo el permiso real para llevar adelante la relación, es porque prefirió respetar las creencias religiosas de su mujer. Fueron padres de una criollita encantadora, a quien bautizaron con el nombre de Juana. La familia perdió a Leonor de manera prematura. Juanita tenía cuatro años. Ortiz de Zárate hizo lo que hacía todo padre viudo en aquel tiempo: seguir adelante con sus proyectos y dejar a la criollita en manos de una familia limeña.
Don Juan viajó a España para recibir el nombramiento de Adelantado del Río de la Plata. Regresó en 1570 con ese título que tantas desgracias acarreó entre sus antecesores. Pisó Asunción el 8 de febrero de 1575, sin muchas energías porque estaba muy enfermo y sus 65 años le pesaban. Su gobierno no alcanzó a cumplir el primer aniversario porque en el Paraguay eran mayoría los ambiciosos y el complot no tardó en llegar. Envenenaron al conquistador. Pero la historia recién empezaba porque don Juan Ortiz de Zárate dictó un testamento que provocó un revuelo mayúsculo. Legó su título de Adelantado a favor del hombre que se uniera en matrimonio con su hija Juana, quien, aún soltera y con 16 años, residía en Lima, sin saber que en la tarde del 26 de enero de 1576 se convertiría en huérfana, heredera millonaria de los cuantiosos bienes de su padre y poseedora del codiciado título de mandamás de vastas tierras para el afortunado que la llevara al altar.
El moribundo Zárate le encomendó a Juan de Garay que la buscara, la casara y la trajera a Asunción. El vasco, luego de un viaje plagado de aventuras a través del continente, llegó al Perú y se entrevistó con el virrey Francisco de Toledo para comunicarle las disposiciones acerca de Juanita, quien había cumplido los dieciséis años. La novedad se esparció por la ciudad y el listado de enamorados de la heredera aumentó en forma vertiginosa. De todas maneras, la encantadora criollita ya tenía varios candidatos seduciéndola antes de la llegada de Garay. Debido a que, según pudo advertirlo el vasco cuando se entrevistó con la damita, era muy atractiva. ¿Habrá caído Juana fulminada en brazos del aventurero Garay? No: el valiente llevaba diez años casado con Isabel de Becerra. En cuanto a Juana, sus principales candidatos eran: -Diego de Mendieta, su primo, quien esperaba muy confiado en Asunción, y con los brazos abiertos, a Juana, la herencia y el adelantazgo. Un cómodo de aquellos que no se merece ni siquiera que le demos un voto. - Francisco Matienzo, quien tenía la ventaja de ser pariente de la familia Ceballos, quienes albergaban en su casa a Juanita desde que partiera su padre. Los Ceballos, por supuesto, trataban de torcer la balanza hacia su pariente. -Y Antonio de Meneses, joven agrandado que era ahijado del Virrey Toledo y por eso contaba con todo el apoyo institucional para lograr el anhelado matrimonio. Juanita, sin embargo, estaba muy lejos de aceptar a estos hombres, ni siquiera sentía la presión de las circunstancias que, por otra parte, marcarían la historia de la Argentina, del Uruguay y del Paraguay. La rica heredera estaba enamorada de un don Juan. Su preferido era un funcionario de 42 años llamado Juan Torres de Vera y Aragón, quien algunos años más tarde fundaría la ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes, es decir, Corrientes. Juana y Juan podían estar muy enamorados, pero los intereses eran muy grandes (o muy extensos). Eran tres contra el mundo: Juana Zárate más Garay y Torres, que se llevaban muy bien. Del otro lado, el Virrey Toledo, su ahijado y sus alcahuetes, y el resto de los despechados. Pero contar con Garay en el equipo era una ventaja enorme. Como tutor de Juana, la sacó de la casa de los Ceballos para alejarla del moscardón Matienzo y la llevó a lo de su tío, Fernando de Zárate. El próximo paso fue enviar cartas al rey para que autorizara el matrimonio. Las Leyes de Indias no permitían a los funcionarios casarse con vecinas del lugar donde ejercieran sus funciones. Por ese motivo, había que pedirle permiso al rey. Era un trámite muy largo pero necesario, si quería hacerse todo bien.

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