La fiesta que se celebra tradicionalmente en la fecha de la Solemnidad de Todos los Santos busca su lugar en las calles de Corrientes. Dos festejos paralelos hace que los chicos conozcan alegrías que vivieron sus abuelos.
“Ángeles somos, del cielo venimos...”, primeras palabras de un conocido cántico que ayer ya comenzó a escucharse en distintos puntos de la ciudad. Es que hoy se conmemora la tradicional fiesta de los angelitos, también llamada “Ángeles Somos, Ángeles Tomos”.
Es una fiesta tradicional que se conmemora el 1 de noviembre, fecha de la Solemnidad de Todos los Santos. Esta costumbre, que aún perdura en algunos pequeños pueblos del interior, consistía en que los niños se disfrazaran de angelitos, y recorrieran las casas intercambiando bendiciones por algún dulce. “Ángeles somos, del cielo venimos, trayendo regalos. Colación, colación, su bendición”; “Ángeles somos, ángeles somos, venimos a pedir colación y rogamos tu bendición”, “Ángeles somos, del cielo bajamos, pan queremos, ¿hay por quién rezar en la casa?”, distintos versos que los niños entonaban al tocar a las puertas de las casas. Los versos que se recitaban al visitar cada uno de los hogares varían de acuerdo con las costumbres del lugar, y muchas veces a las deformaciones propias de la transmisión a través de la tradición oral. Pero tenían en común dos elementos: las bendiciones y las golosinas o “colaciones”.
Dice también la tradición que algunas veces los bulliciosos chicos ofrecían serenatas de cánticos de distinto tipo, y que las primeras casas en ser visitadas eran aquellas en las que había fallecido un bebé o algún niño pequeño. La idea era que la presencia de angelitos podrían recordar a la familia que el infante que había fallecido hoy formaba parte de las huestes de ángeles del cielo, ayudándolos así a mitigar su dolor.
La tradicional fiesta para los niños, quienes recogen golosinas y las intercambian por bendiciones tiene muchísimos años. Si bien en localidades pequeñas todavía se conserva, en las ciudades más grandes apenas los abuelos recuerdan la emoción que les producía la llegada del 1 de noviembre.
“Me acuerdo que eran semanas preparando los disfraces, viendo que estuvieran limpios. Nos los probábamos a escondidas, porque mamás y abuelas nos prohibían tocarlos una vez que las túnicas estaban limpias y almidonadas”, relata Ramona González, una abuela de 80 años que se crió en la zona rural de Curuzú Cuatiá. “Había grupitos de chicos que se iban cruzando, tratábamos de no coincidir en las puertas que tocábamos para que la porción de golosinas no se redujera, porque a veces no había una cosa para cada uno si no que teníamos que compartir”, cuenta con un brillo especial en los ojos.
“El lugar ambicionado era el de director del grupo. Eran los chicos más grandes, que tenían la responsabilidad de cuidar a los más chicos, decidían qué puertas se golpeaban y eran también árbitros a la hora de definir cómo repartir las golosinas”, cuenta Ramona.
Al final de la jornada, los chicos se reunían en algún patio y hacían recuento de lo que habían juntado. Si había alguien que tenía más cosas y otros que tenían menos, los más grandes solían pedir al que más tenía que “donara” parte de sus cosas al que había sido menos favorecido. “Otras veces directamente juntábamos todos los dulces, y los repartíamos en partes iguales. Cuando no nos gustaba algo de lo que nos tocaba, lo cambiábamos por otras cosas”, cuenta la anciana. “A mi me encantaban los pastelitos de membrillo, y cambiaba bollos y caramelos, a veces en cantidades poco ventajosas, para tener mi golosina preferida”, recuerda.
Amelia, hermana de Ramona, recuerda que se comían todo lo que podían antes de que los padres los vieran. “Es que nos sacaban las cosas para racionarlas, pero igual terminábamos empachados”.
Amelia anhela esos tiempos de sana diversión, en los que “la fiesta iba de la mano de lo espiritual, y relacionado con los ángeles y santos, no como ahora que nos invaden brujas y calaveras, y el miedo es más importante que la alegría”. El trabajo para recuperar la tradición existe, sólo falta que la población se sume y aporte su granito de arena.
El avance de lo extranjero
Halloween, o cuando las brujas desplazan a los ángeles y santos
Halloween es una fiesta proveniente de la cultura céltica que se celebra principalmente en Estados Unidos en la noche del día 31 de octubre. Los niños se disfrazan para la ocasión y pasean por las calles pidiendo dulces de puerta en puerta. Después de llamar a la puerta los niños pronuncian la frase “Truco o trato” o “Dulce o truco” (proveniente de la expresión inglesa trick or treat). Si los adultos les dan caramelos, dinero o cualquier otro tipo de recompensa, se interpreta que han aceptado el trato. Si por el contrario se niegan, los chicos les gastarán una pequeña broma, siendo la más común arrojar huevos o espuma de afeitar contra la puerta.
La palabra Halloween es una derivación de la expresión inglesa All Hallow’s Eve (víspera del Día de los Santos). Se celebraba en los países anglosajones, principalmente en Canadá, Estados Unidos, Irlanda y el Reino Unido. Pero actualmente se celebra en casi todos los países occidentales con mayor o menor presencia.
Sus orígenes se remontan a los celtas, y la fiesta fue exportada a los Estados Unidos por emigrantes europeos en el siglo XIX, más o menos hacia 1846. La fuerza expansiva de la cultura de EE.UU. ha hecho que Halloween se haya popularizado también en otros países. El día de Halloween, en tiempos modernos se considera una fiesta estadounidense.
La historia del Halloween se remonta a hace más de 2.500 años, cuando el año celta terminaba al final del verano, precisamente el día 31 de octubre de nuestro calendario. El ganado era llevado de los prados a los establos para el invierno. Ese último día, se suponía que los espíritus podían salir de los cementerios y apoderarse de los cuerpos de los vivos para resucitar. Para evitarlo, los poblados celtas ensuciaban las casas y las “decoraban” con huesos, calaveras y demás cosas desagradables, de forma que los muertos pasaran de largo asustados. De ahí viene la tradición de decorar con motivos siniestros las casas en la actual víspera de todos los santos y también los disfraces. Es así pues una fiesta asociada a la venida de los dioses paganos a la vida. Coincidía con la fiesta de Samain: la última y más importante fiesta celta tenía lugar el 1 de noviembre. Este día significaba el día de año nuevo (siendo la víspera, el 31 de octubre, “nochevieja”), y a su vez indicaba que comenzaba una etapa: el invierno.
El recorrido infantil en busca de golosinas probablemente enlace con la tradición neerlandesa de la Fiesta de San Martín.
El hecho de que esta fiesta haya llegado hasta nuestros días es, en cierta medida, gracias al enorme despliegue comercial y la publicidad engendrada en el cine comercial estadounidense. Es típica la imagen de niños norteamericanos correteando por las oscuras calles disfrazados de duendes, fantasmas y demonios, pidiendo dulces y golosinas a los habitantes de ese oscuro y tranquilo barrio de casas. Esta imagen en esos países no está muy alejada de la realidad y más o menos la fiesta discurre así.
El significado de la calabaza
Se dice que las brujas utilizaban los cráneos de las víctimas humanas y las adornaban con velas en su interior. Pero realmente el origen de las calabazas fueron los nabos, que se vaciaban para introducir una brasa en su interior, e iluminar el camino a los muertos que venían a la tierra esa noche.
Recuperar la tradición por la familia
El trabajo de recuperar la fiesta tradicional tiene distintos promotores. Por un lado, están quienes viven emociones a través de los relatos de los mayores, las que quieren que se conviertan en sus propios recuerdos y los de sus hijos. Por el otro, instituciones que tienen como “tarea” la recuperación y revalorización de las raíces tradicionales. Aún desde puntos de vista distintos, la idea es la misma: volver a poblar las ciudades de angelitos pidiendo golosinas a cambio de bendiciones.
“No puedo explicarte lo que era la cara de mis abuelos, de mis padres, cuando me contaban sus experiencias”, relató hace un tiempo Alba Alegre, una de las principales promotoras de la recuperación de la fiesta. Junto a Luis Díaz, su esposo, tratan de que sus hijas tengan la oportunidad de vivir, en su propia infancia, las vivencias que hicieron felices a sus mayores.
Año tras año el grupo va creciendo. Comenzó siendo una familia que investigó para encontrar las raíces de la tradición y hoy son un grupo de amigos y familiares, que apoya el proyecto de que las fiestas foráneas no desplacen a lo autóctono.
El año pasado, una decena de chicos recorrieron la peatonal, sorprendiendo a los transeúntes con el consabido “Ángeles somos, Ángeles somos, del cielo venimos, trayendo regalos. Colación, Colación, su bendición”. Niñas y niños revoloteaban en Juran y corrían por la plaza Vera, divirtiéndose algunos por primera vez con esta fiesta. La gente los recibió bien: hay quienes, sorprendidos sin un solo caramelo, iban hasta el quiosco y volvían a pasar, para poder ofrecer algo en el dulce intercambio.
Los chicos, munidos de estampitas, jugaban a ver quién hablaba con el más concentrado, si hacían parar al que venía más rápido o si hacían sonreír a otros chicos, invitándolos al juego. La experiencia sirvió para que otros adultos se acercaran a Alba para sumarse al proyecto, e incluso contar sus propias anécdotas.
Este año, la peatonal volverá a ser invadida por angelitos, que tratarán de desplazar a las brujas que hace más de una semana inundan las vidrieras. Será, como el año pasado, a las 18, en San Juan y Juran, con la culminación en la misa de las 20 en la iglesia Catedral. O como dice el volante que promociona la fiesta “En tu barrio, en tu escuela, tu parroquia, recorré las calles vestido de angelito con campanitas anunciando tu llegada. Difundí nuestra cultura, y sé parte de ella”.
Festejos adelantados en las escuelas
La lucha contra la transculturación es ardua, y se vale de distintos recursos para conservar las tradiciones. Escuelas religiosas y algunos jardines implementaron “adelantados” la celebración de la fiesta de “Ángeles somos”.
Los motivos son bastante simples: hay también una transculturación que viene de la mano de los institutos de inglés, a los que actualmente muchísimos chicos asisten. “Es contraponer una tradición con la otra.
Desde Virasoro
2 comentarios:
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